Contra la pobreza de unos y la avaricia de otros, por la defensa
de colectivos en riesgo de exclusión y el mantenimiento de los puestos de
trabajo, contra la miseria institucionalizada y financiera, por el derecho a
vivir con dignidad y contra el empobrecimiento de toda una sociedad…siempre a
favor de lograr un mundo un poco más justo y donde la igualdad y la solidaridad
sean mas que conceptos teóricos.
Todo ello, en el marco de un país que en apenas dos años ha
retrocedido más de dos décadas en cuanto a pérdida de derechos, sean éstos
sociales, políticos o económicos; y en el que la brecha que separa a las élites
de las clases más desfavorecidas no ha hecho sino incrementarse hasta números
aberrantes.
No es de extrañar que los ciudadanos salgan a la calle a
reclamar y a exigir los que son sus derechos. O, al menos, no sería de
extrañar. Por eso, ayer se produjeron hasta 6 manifestaciones en el centro de
Bilbao, por alguno o todos los motivos expuestos en el párrafo anterior.
Sin embargo, también sería lógico pensar que esas
demostraciones de protesta popular alteraran, si quiera por un instante, el
ritmo habitual de la ciudad y ésta notara que algo no va bien y que hay que
permanecer atento para participar de ese cambio. Lo extraño es cuando te das
cuenta de que nada ha modificado el ritmo diario, de que ni siquiera ha llamado
la curiosidad de los ciudadanos o que, más allá de la espectacularidad de
alguna acción concreta que ha congregado a algún medio de comunicación que ya
tiene para rellenar tres minutos de telediario, nada, y aquí soy categórico,
nada ha sido alterado, nada se ha modificado, ni siquiera la percepción de que
algo tendría que cambiar; ni siquiera, que habría que participar en ese cambio.
Una vez más*, cada asociación, organización, colectivo o empresa de
damnificados han acudido por separado a sus propios actos de protesta y, a
pesar de sus megáfonos, sus proclamas o sus reivindicaciones, sus mayores
éxitos han sido: 1 atraer la curiosidad momentánea de algunos viandantes, 2
lograr una mínima repercusión en medios de comunicación y 3 hacernos pensar que
quizás estábamos equivocados y el principal problema de la sociedad no es el
paro o la falta de libertades, si no la indiferencia.
No se si podré volver a realizar una crónica de otro día de
manifestaciones, pero espero que, si así fuera, tendría que tragarme las
palabras aquí escritas; ya que eso significaría que por fin vamos por buen
camino.
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