Infinita tristeza

Infinite sadness

Que algo funciona mal, muy mal, en este mundo es algo en lo que coincidiremos tú y yo; a amb+s nos parece difícil de aceptar que la desigualdad se haya vuelto extrema entre el 99% más pobre y el 1% más rico en un mundo que nunca antes había producido tanta riqueza; amb+s nos indignamos cuando las situaciones de injusticia y desamparo se ceban siempre con l+s más débiles, dejando impunes la corrupción, el clientelismo y el caciquismo de nuestros políticos; o nos extrañamos cuando, en la era de las tecnologías de la información, son precisamente la desinformación, la mentira, la falta de conocimiento y la IGNORANCIA (sí, con mayúsculas), las que campan a sus anchas a través de los medios de comunicación de masas diseminándose por todas las esferas de nuestras vidas, tanto públicas como en nuestros entornos privados.

Y eso, por decir algo, porque cuando leemos que el Tribunal Supremo de este Estado de mierda ha avalado el desahucio de una anciana por una triquiñuela legal de la propietaria del piso donde vivía, nos invade la ira.

Porque cuando escuchamos a una mujer de 90 años expresar su emoción ante la apertura de la fosa común donde se encuentran los restos de su padre fusilado por los fascistas durante la guerra civil, tras años de lucha contra el olvido impuesto, la infame indiferencia, la repulsiva indolencia o la indigna dejadez de las instituciones de este Estado de mierda, se nos llenan los ojos de lágrimas.

Porque cuando conocemos que hay jóvenes en prisión preventiva y a la espera de un juicio a través del cuál las autoridades solicitan penas de cárcel bajo la acusación de anarquistas peligrosos; mientras políticos, empresarios y miembros de la familia real de este Estado de mierda, realizan sus tropelías y llevan a cabo sus desmanes a plena luz del día, nos dan ganas de tomarnos la justicia por nuestra mano.

Porque cuando accedemos al último informe de Oxfam sobre cómo los privilegios, la concentración de poder y de riqueza en manos de la élites político-económicas ha ampliado la brecha de la desigualdad hasta límites insoportables, nos entran ganas de emular a Robin Hood, pero a lo bestia.

Porque cuando observamos que el dinero no sólo no tiene fronteras, sino que viaja en primera clase y se le abren todas las puertas del mundo y, especialmente las de los paraísos fiscales; a la par que se cierran cínicamente las fronteras de los llamados países ricos para evitar la entrada de refugiad+s (políticos, económicos, de guerra…), nos gustaría poder meterles el dinero a los banqueros bien dentro.

Porque cuando vemos al Vicepresidente de los EE.UU, Mr. Joe Biden, dirigiéndose en Davos a líderes y CEOs de algunas de las grandes compañías multinacionales del planeta para “pedirles sopitas” en temas sociales, de derechos humanos o contra la discriminación, argumentando que “ellos” tienen más influencia e “impacto” que el Presidente Barack Obama, el Gobierno Federal o la Corte Suprema, no sabemos si reír de manera nerviosa o preguntarnos con airados gestos: ¿para qué sirven las Instituciones, Parlamentos y demás aparatos democráticos?

Porque cuando descubrimos quiénes financian y arman al Estado Islámico-Daesh nos llevamos las manos a la cabeza, por no echársela al cuello a l+s “líderes políticos” que luego acuden a las manifestaciones y concentraciones de repulsa tras irracionales ataques terroristas.

O, porque, finalmente, cuando reconocemos que es el sistema capitalista que nos gobierna y oprime, el que genera toda esa pobreza, desigualdad, injusticia, dolor y muerte, nos encogemos de hombros y nos repetimos por enésima vez: “es lo que hay, lamentablemente no podemos hacer otra cosa que aguantar y tratar de salir adelante”; nosotr+s y los nuestros, desde luego, porque tenemos claro que, o superamos por nuestra cuenta y riesgo las dificultades a las que nos somete diariamente el sistema y sus lacayos, o nadie nos puede ayudar.

Y quizás sea por ambos motivos: por la desproporción de luchar contra un adversario que lo ha invadido todo: la economía, la política, la sociedad, la cultura, la religión y que cuenta con aliados y agentes en todos los ámbitos del poder; y, por tener grabado a sangre que solo un+, una heroína o un héroe, es capaz de luchar y de conseguir poner al sistema de rodillas y que no podemos contar l+s un+s con l+s otr+s; quizás sea por todo ello y por mucho más, por lo que me invade una infinita tristeza, porque pienso que sí, que han ganado y que solo nos queda esperar a que nos den la “puntilla” y se lo queden todo.

O quizás es sólo miedo; porque, si fuera así, igual sólo se trata de echarle un poco más de valor a la vida; quizás sólo haya que salir a dar una vuelta por el barrio y unir fuerzas con colectivos y asociaciones que pelean juntos por nuestros y vuestros derechos; o, quizás, solo quizás, hay que alegrarse de estar viv+s, indignad+s y muy, pero que muy enfadad+s.



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